Sentarse en un bolardo

Sentarse:

Sobre la banqueta

Sobre la guarnición

Sobre una reja o barandilla

Sobre un bolardo

Sobre un escalón

Sobre una ventana

Sobre la base de una escultura

Sobre una fuente

Sobre una jardinera o rodete

En una cubeta

En un banquito propio

En una silla de plástico del jardín; de fierro o de madera del comedor…

 


La percepción negativa de la informalidad en el espacio público es un problema que invade a las ciudades de todo el mundo, a pesar de haberse demostrado que su integración exitosa puede aportar de diversas maneras a su prosperidad.

Dada esta percepción generalizada, desafortunadamente, muchas ciudades en México han eliminado la posibilidad de incorporar actividades, usos y elementos no regulados y espontáneos, como aspectos positivos y diferenciadores de sus espacios públicos. La estigmatización, prohibición y criminalización de estas actividades en pos del control e higienización de la ciudad ha traído consigo, por un lado, su homogeneización (basta revisar proyectos de diseño urbano, sin importar su ubicación o contexto, para descubrir que básicamente se proponen el mismo tipo de espacios, el mismo tipo de usos y una reducción básica de lo que se entiende como lugar común) y, por otro, la expulsión de personas que recurren al espacio público y a los escenarios colectivos para solventar situaciones culturales, sociales y económicas.

Siguiendo el ejemplo de países como Estados Unidos, donde se han criminalizado actividades tan cotidianas como el caminar de manera “imprudente” (jaywalking) o el vagar y perder tiempo mientras se recorre la ciudad (loitering), distintas ciudades en México han comenzado a considerar medidas como la aplicación de multas por jugar, vender o permanecer en el espacio público, o el diseño de elementos arquitectónicos que dificultan o inhiben otras acciones como dormir, platicar y congregarse.

Esta actitud urbanística, de eliminar la complejidad para poder controlar el espacio y, por lo tanto a la gente, ha provocado, en palabras de Richard Sennett, “la dilución de la experiencia en la ciudad”. Reemplazando a vendedores informales con tiendas de marca, se le ha restado valor a zonas con grandes flujos peatonales, haciendo de nuestros ricos paisajes urbanos la réplica genérica de un lugar sin gracia; frecuentemente, bajo la promoción de planes de movilidad, proyectos de desarrollo económico, recuperación de espacios, renovación de zonas o diseños innovadores de clase mundial, hemos creado ciudades que imposibilitan dicha escala -fundamental- de actividad económica, política y social.

Al planear bajo ideales occidentales de movilidad -rápida y efectiva-, maximizando rentas comerciales y aplicando conceptos de diseño y branding, nos olvidamos del propósito más central del espacio público: ser lugares donde la gente quiere estar, socializar e incluso disentir.

Tomando como referencia e inspiración algunos ejercicios como Tentativa de agotamiento de un lugar parisino, de Georges Perec, Elements of Architecture, de Rem Koolhaas o el registro producido por William H. Whyte de espacios públicos de Nueva York, el proyecto 1000+ maneras de ocupar el espacio público parte de la capacidad metodológica de la arquitectura de registrar, levantar, descubrir y describir aquellos elementos formales, simbólicos y comunicativos que configuran y dan vida a nuestros espacios colectivos. El ejercicio propuesto de nombrar, indexar y catalogar aquello que compone el espacio público produce valor al evidenciar y resaltar el impacto que éste tiene sobre las personas, a la vez que enriquece y complejiza el vocabulario/lenguaje con el que tanto diseñadores, arquitectos y urbanistas proyectamos el espacio. Producir un inventario sobre los usos, objetos, elementos y acciones de ocupación y aprovechamiento del espacio público es de gran utilidad para entender, reflexionar y apreciar desde la riqueza, el valor y espontaneidad que ofrecen nuestras ciudades.

La creación de un catálogo de usos, objetos, elementos y acciones de ocupación y aprovechamiento del espacio público es una oportunidad para hablar de esas “cosas comunes”, cotidianas y ordinarias que nos rodean, y que damos por sentadas a pesar de que, en conjunto, le dan personalidad y unicidad a nuestra ciudad. Analizar, representar y darle valor a actividades como bañarse en una fuente, sentarse en un bolardo, dormirse en una banca, comer tacos bajo la sombra de un árbol, jugar cartas en una jardinera o vender discos en un bajo puente es un intento de fundar, a la Georges Perec, nuestra propia antología: “la que va a hablar de nosotros, la que va a buscar en nosotros lo que durante tanto tiempo les hemos copiado a los otros. Ya no lo exótico, sino lo endótico”.

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