Desiertos de comida

Ciudad, Desarrollo Urbano, Desiertos de comida, Food desert

Por Ximena Ocampo

Estoy segura que una gran parte de los que lean esto nunca se han preocupado por lo que normalmente llamamos “seguridad alimentaria”. Finalmente, hemos aprendido que se trata de un término relacionado con pobreza y bastante lejano a nosotros. Sin embargo, contrario a lo que pensamos, es un tema que tiene que ver más con nuestras oportunidades para alimentarnos variadamente, que con el propio acto de comer; es decir, no es que comamos, sino qué comemos.

El Reino Unido acuñó hace unos veinte años el término “food deserts” (o desiertos de comida), definiendo con éste: un área geográfica de 500 metros de radio donde es difícil obtener comida fresca, nutritiva y asequible. 500 metros -la distancia que una persona saludable, podría caminar en unos 10 a 15 minutos- podría parecer no muy lejano, pero si se considera que no todas las personas son atléticas, que muchas de ellas tienen que trabajar más de ocho horas y/o cuidar a sus hijos durante el día y que una caminata a la tienda significa tener que caminar la misma distancia de regreso pero con las compras, los 15 minutos se convierten en un desincentivo. Por estas razones, los desiertos de comida por lo regular obligan a que sus residentes usen transporte público o privado para acceder a tiendas o a sobrevivir con aquello que encuentran disponible localmente, que predominantemente se trata de alimentos altos en grasa, azúcar, sales o alimentos baratos y fáciles de almacenar.

Lo anterior produce dos problemas, el primero es que las personas que tienen un auto propio en estos lugares manejan cada vez que necesitan comprar algo, desde un pan hasta la lista de mercado completa, contribuyendo a la congestión vehicular y contaminación atmosférica y aumentando la probabilidad de accidentes viales (así sea solo un viaje de 5 minutos). Y el segundo radica en que aquellas personas que viven en uno de estos desiertos y que no cuentan con un automóvil privado, tienen que comprar lo que tienen a la mano, tratándose normalmente de alimentos calóricos y poco frescos, como lo que uno encuentra en cualquier tienda de la esquina (tipo OXXO, 7eleven, etc.); esto a su vez, implica consecuencias de salud, como obesidad y otras enfermedades asociadas.

Si bien estos desiertos no son el común denominador de las zonas centro de nuestras ciudades -que en su mayoría cuentan con densidades medias, diversidad de usos y relativa facilidad para utilizar otros modos de transporte-, son históricamente típicos de las zonas rurales y en las ultimas décadas de las ciudades nuevas: los suburbios, los nuevos fraccionamientos y, en general, todas aquellas áreas que nuestras ciudades han desarrollado en los últimos años en torno al automóvil privado.

Voy a poner como ejemplo Querétaro. Hace unos meses, junto con Evo(a)_Lab, decidimos hacer una investigación frente al tema del acceso a la comida, que denominamos Quiero Saber Cómo Como. Lo primero que hicimos fue preguntar a un grupo de personas mayores de 18 años y de un nivel socioeconómico medio-alto, sobre su relación y hábitos en torno a la comida: en dónde y con quién hacen las compras, a qué distancia viven y en qué modo de transporte se mueven para acceder a dicho lugar, entre otras varias preguntas. Lo anterior, por medio de un cuestionario que se distribuyó por correo electrónico de manera aleatoria.

Del total de los encuestados, encontramos que solo un 26% hace sus compras en un establecimiento a menos de 500 metros de su casa y que de estas personas, casi el 60% lo hace caminando. Ahora bien, se puede observar que entre más distancia haya entre los hogares y los establecimientos visitados, aumenta el uso del automóvil privado.

Las zonas periféricas de la ciudad son entonces las que más viajes en auto producen, pues los servicios se encuentran más alejados y el caminar o andar en bicicleta son modos de transporte poco utilizados. Este fenómeno produce una gran dependencia del automóvil y, como se mencionó con anterioridad, mayor congestión vehicular y todos los problemas relacionados con ésta.

Si bien hasta el momento no contamos con datos similares de otros segmentos de la población, es relativamente fácil asegurar que las personas en condiciones de pobreza y viviendo en estas zonas geográficas, se ven obligadas a consumir comida chatarra o poco nutritiva, basta salir a preguntar qué es lo que come un obrero un día común y corriente. La relación de los trastornos alimenticios con falta de oportunidades[1] ha sido estudiada de manera extensa, llegando a la conclusión generalizada de que a mayor pobreza, mayor desnutrición y sobrepeso; sin embargo, existen varias teorías, los programas federales señalan que la obesidad es un problema de malos hábitos, mientras que expertos en desarrollo social determinan que es cuestión de economía y falta de poder adquisitivo. Sin embargo, hablar sobre desiertos de comida, nos permite abordar el problema desde una lógica espacial y es que estas personas no solo son víctimas de la pobreza económica y alimentaria, sino de una segregación espacial a la que la misma ciudad los ha orillado. Y el tema de la mala alimentación y desnutrición es solo una de sus consecuencias.

Hoy en día pareciera a simple vista que nuestro estilo de vida se define por elección propia, sin embargo, analizar nuestro comportamiento en torno a nuestras actividades y necesidades -como en este caso, en torno a la comida-, nos hace darnos cuenta de que la manera en la que nuestras ciudades están siendo construidas, nos obliga a movernos y vivir de cierta manera: a comprar en lugares específicos, consumir ciertos productos y utilizar ciertos modos de transporte; tal vez algunos alegarán que el tener un auto privado y hacer compras en un supermercado fueron decisiones propias, sin embargo esta simple decisión termina afectando a otras personas que no pudieron elegir otro lugar donde vivir o trabajar y al resto de la ciudad que sufre de las externalidades y altísimos costos del desarrollo y la dependencia del automóvil privado.

[1] Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, el rápido incremento de la obesidad en las últimas décadas obedece a cambios en la forma de vivir de las personas, los cuales se resumen en 1) mayor consumo de alimentos de alta densidad energética y bajo contenido de nutrientes y fibra; 2) alto consumo de alimentos y bebidas con azúcares simples e hidratos de carbono refinados; 3) alto consumo de grasas saturadas, ácidos grasos monoinsaturados “trans” y colesterol.; 4) aumento del tamaño de las raciones de alimentos, especialmente en restaurantes y “cadenas de servicio rápido de alimentos”; y 5) menor consumo de vegetales y frutas frescas.

 


 

Ximena Ocampo es Arquitecta, ha trabajado en temas de movilidad y espacio público. Estudió una maestría en Diseño de Ciudad en LSE (London School of Economics and Political Science), donde realizó investigaciones sobre “lo público”, enfocándose en desarrollos de vivienda social como ejemplo de manifestaciones espaciales de inequidad urbana y segregación económica, social y cultural. Ximena es Directora Ejecutiva y Co-fundadora de dérive LAB.