Caminar como Arte Cívica

Por Francesco Careri

En 1913, Patrick Geddes inventó Civics, un curso universitario en el que este consagrado biólogo de Escocia se dedicaba al estudio práctico de la ciudad, viéndola a través de los ojos de Darwin y aplicando el evolucionismo a la civitas. Se trató del nacimiento de una nueva disciplina: el urbanismo itinerante, una Ciencia Cívica que propone a los estudiantes y futuros planners, sumergirse directamente entre los pliegues de la ciudad. 

“Escapar de las abstracciones actuales de la economía y la política en las que todos, más o menos por igual hemos sido educados; para retornar al estudio concreto, desde el cual la política y la filosofía social surgieron en el pasado, pero del que se han alejado posteriormente: preguntándose si las ciudades son cómo son, o más bien, son como las vemos crecer”. Es lo que dice Geddes en Cities in evolution: an introduction to the town planning movement and to the study of civics.

El urbanismo nace así, a pie, en modo laberíntico y participativo: un método deambulatorio que permite leer y transformar la ciudad, cuyo producto no es una visión abstracta ni cenital de mapas estáticos coloreados en zonas funcionales, sino un recuento fenomenológico evolutivo, descrito desde un punto de vista horizontal, puesto en marcha al caminar entre los pliegues de la ciudad: la survey walk.

Entre 1914 y 1924, Geddes experimentó en India sus primeras survey walks, una especie de planes reguladores evolutivos que, con algunas excepciones, no son diseñados sino contados en forma peripatética: son paseos dentro de la ciudad, largas caminatas que terminan en forma de guías que describen la civitas, que la fotografían en su estado actual y dan indicaciones para cambios sucesivos. No se trata de guías estandarizadas o normas para aplicar de forma cenital, sino observaciones itinerantes representadas desde la altura de un hombre que se pierde entre los meandros urbanos, descubriendo nuevos territorios, imaginándose correcciones e interpretaciones.

Es dando vueltas que Geddes tomó nota de las evoluciones históricas de los centros urbanos, llegando a definir cuáles se debían intervenir, cuáles se debían dejar a su propio devenir natural y cuáles ayudaban al organismo urbano a convertirse en nuevas conformaciones. Geddes caminaba antes y después de la preparación de un plan regulador, experimentando un nuevo método pedagógico con el cual fuera capaz de salir a comunicarse con los habitantes, los verdaderos actores de dicho plan. 

Como buen anarquista, estaba convencido que la producción de la ciudad debía ser bottom-up, creía en una participación ante litteram. En la fase de análisis se encontraba con los habitantes en el sitio, para escuchar sus problemas y las soluciones que ellos mismos sugerían; después, en la escritura de los survey, se refería a ellos como interlocutores privilegiados: eran ellos los custodios y ejecutores de sus indicaciones, a ellos se dirigía una continua invitación a caminar a lo largo de las soluciones que él había imaginado.

En Rieducazione alla Speranza. Patrick Geddes planner in India 1914-1924, Giovanni Ferrero ha descrito con grandísima pasión este método itinerante y participativo. “Caminar no es solo mirar: es también escuchar, en cada lugar, a quien vive y conoce la ciudad. Por eso Geddes evoca a menudo con gratitud a sus interlocutores locales. Con sus Planner–Surveyor camina, observa, escucha. Y platica. Solamente caminando a través de la ciudad india, es que Geddes parece haber descubierto el auténtico significado de la Peripathetic Philosophy, en la que los griegos hablaban sobre filosofía bajo sus plátanos, al igual que los indios Tagore y Bose enseñan todavía, sentados bajo la sombra”.

Ferrero cuenta un episodio conmovedor en el que Geddes experimentó el caminar, no únicamente como arte de observar la ciudad, sino como arte performativa capaz de transformarla. Era 1923 y Geddes estaba en América, invitado por su estudiante Lewis Mumford para una clase en el Regional Planning Association of America. Relata cómo se veía Geddes. “Sentado con las piernas cruzadas, como un gurú indio, bajo un gran roble que dentro de la magia de su historia casi se transforma en un banano mientras nos cuenta sobre su town planning en India: y cómo, como Mahrajà por un día, había erradicado la peste en Indore”. 

Ferrero cuenta que Geddes estaba consternado porque no podía encontrar un verdadero contacto con los habitantes ni despertarlos de su letargo. Los habitantes, al verlo pasar y tomar apuntes, no solo le temían, como el enésimo planner occidental que estaba listo para tirar sus casas al suelo, sino que también habían comenzado a decir que estaba propagando la peste. ¿Cómo lograr comunicarse con ellos? ¿Cómo representar el Civic Development en las mentes de sus ciudadanos? Se le vino a la mente una idea, una especie de town planning procession capaz de despertar su interés por la higiene y el mantenimiento de la ciudad. Ni mapas, ni dibujos, ni modelos pudieron haber competido con una caminata dentro de la misma ciudad: “¡Háganme Mahrajà por un día!”. Así organizó el Año Nuevo hindú de Duwani, en donde la procesión “en vez de seguir la calle tradicional, siguió una nueva: una calle a lo largo de la cual las casas fueron ubicadas de mejor forma para la ocasión”. 

La operación fue un éxito. Nació una verdadera competencia para repintar y re-sistematizar las casas y las calles. En el desfile, al lado de los carros de nuevas máscaras mitológicas, se desplazaron los carros con los planes de la ciudad y los modelos de los edificios a construirse. La ciudad de Indore apareció como nunca antes fue vista. La participación de la gente fue altísima. No se sabe si fue por la limpieza o por la llegada de la nueva estación, pero la peste había sido definitivamente erradicada.

Cuando en 2005 tuve la oportunidad de inventar un nuevo curso para la Facultad de Arquitectura de Roma Tre, en homenaje a Geddes, el profesor Giorgio Piccinato me sugirió llamarlo Civics. Yo aún no conocía al profesor escocés, pero había propuesto un curso enteramente a pie, que tuviera lugar en la ciudad y nunca dentro de la Universidad. Peripatético como aquellos filósofos atenienses, itinerantes, tal vez como el mismo Geddes hubiera querido. Pensaba llamarlo Arte Urbano, pero después me convencí de llamarlo Artes Cívicas.

Aunque en un principio me parecía retórico, esculpido en letras latinas sobre un frontón de la arquitectura mussoliniana de Roma, tal vez aquél sabor obsoleto y fuera de moda podría ser una buena provocación. No fue Arte Público, término mainstream en el ambiente académico y en el mercado del arte, consumido por acciones triviales de mobiliario y de embellecimiento de los espacios públicos. Tampoco fue Street Art, más de moda en los ambientes antagonistas, que indica solamente las pinturas murales y los grafittis sobre los palacios de la ciudad. No fue Arte Urbano, término que denota objetos e instalaciones colocados en una urbe física, hecha sencillamente de edificios, casas y calles. Fue Artes Cívicas, término más comprometido, que tiene que ver con la civitas, con el status de ciudadano, con la producción no solo de espacios sino también de ciudadanía, sentido de pertenencia a la ciudad; no únicamente la producción de objetos, instalaciones o pinturas, sino también de caminatas, de significados, de relaciones.

Como la Civics de Geddes, también es plural porque es transdisciplinaria. La transformación de la ciudad no puede ser dejada solamente a los urbanistas o arquitectos o empresarios, debe ser ampliada a todas las ciencias que se interesan en la ciudad, a los antropólogos, geógrafos, sociólogos, biólogos. Y aparte de las ciencias, deben caminar también los artistas. Explorar la ciudad a pie y penetrar sus significados es un arte a la par de la escultura, de la pintura y de la arquitectura, pero también de la fotografía, del cine y de la poesía, que nos cuentan frecuentemente con más eficiencia que los urbanistas, los fenómenos más difíciles de leer en la ciudad actual.

Es evidente la intención de la educación cívica: dar a conocer a los estudiantes y ciudadanos realidades ajenas a sus rutinas cotidianas; indagar fenómenos emergentes a través de la interacción con el espacio social; entrar en contacto con las diversas culturas que habitan la ciudad, las de los excluidos en el campo, o en los barrios pobres, y las de los recluidos en las ricas gated communities.

En el caminar de hoy se constata que el urbanismo ha renunciado a producir la ciudad y, doblegado ante las reglas del mercado neoliberal, ha comenzado a producir espacios sin interacción entre diversos. Caminar sin ciudad: una urbe sin civics. Aquella en la que trabajaba Geddes, era todavía una urbe unida, con reglas y lenguajes compartidos, con una evolución lenta y transformaciones reducidas. El paseo seguía siendo una acción después de todo “normal”, no una acción experimental de vanguardia artística. 

En las ciudades de hoy, que se transforman velozmente, el caminar y atravesar los límite se ha convertido en el único modo para reconstruir tejido a partir de los fragmentos urbanos separados en los que vivimos. Caminar se ha vuelto el instrumento estético y científico para reconstruir el mapa del proceso de aquellas transformaciones que tienen lugar, una acción cognoscitiva capaz de dar la bienvenida, también, a las amnesias urbanas que desprevenidamente eliminamos de nuestros mapas mentales porque no las reconocemos como ciudad.

Una vez definido el nombre, le pedí al decano, el profesor Francesco Cellini, que no me asignara un aula porque no había necesidad. Ninguna lección y ningún examen tendrían lugar dentro de la Universidad, todo se haría caminando. Finalmente tuve la ocasión de transmitir a los estudiantes el conocimiento y la metodología que con los años habíamos adquirido con las derivas urbanas  de Stalker, un colectivo de artistas de Roma que tiene el caminar como instrumento estético y de acción.  Fueron derivas entre los límites abandonados de las grandes ciudades y sobre ellas pude hablar en el libro Walkscapes, caminar como práctica estética

Artes Cívicas es el curso que me habría gustado tomar cuando era estudiante: exploraciones y reapropiaciones de la ciudad; caminar como metodología de investigación y de didáctica; la experimentación directa de las artes del descubrimiento y de la transformación poética y política de los lugares. De hecho, el curso pide a los estudiantes y a los ciudadanos que se encuentran a lo largo del curso para actuar en la ciudad a escala 1:1, como acción física de sus cuerpos en el espacio. Tiene el objetivo de reactivar sus capacidades innatas de transformación creativa, de recordarles que tienen un cuerpo con el cual tomar una posición en la ciudad, unos pies con los cuales caminar y unas manos con las que pueden modificar el espacio en el que habitan. En cada lección se recorren cerca de diez kilómetros caminando, desde el almuerzo hasta la puesta del sol. De vez en cuando nos detenemos para leer textos, a comentar los espacios que hemos logrado penetrar, a razonar sobre la ciudad, sobre el arte y sobre la sociedad. Caminando nos volvemos una especie de tribu itinerante, con reglas propias, un cuerpo único multiforme que logra una experiencia única a partir de la cual construimos nuestros conocimientos compartidos. Un espacio unificado de experimentación, una especie de laboratorio científico en movimiento, que desarrolla creativamente una procesión ritual. Una universidad nómada.

Han pasado diez años desde que inicié el curso y en ese tiempo hemos desarrollado su funcionamiento, cambiando siempre la zona de exploración en torno a Roma. Cada año hemos realizado un camino único en etapas: Primero, salimos simbólicamente de la universidad y andamos hacia el mar hasta llegar al lugar en el que Pier Paolo Pasolini fue asesinado;  después subimos a lo largo del río Tíber, en donde hemos encontrado a los nuevos habitantes informales y en donde nos topamos con la gran pregunta de Roma People; enseguida caminamos por completo el Grande Raccordo Anulare, en un paseo abierto a los ciudadanos de Primeveraromana, para ver las transformaciones a lo largo de los bordes de la infraestructura urbana más importante de la ciudad; más adelante, desde el GRA salimos en dirección a la llanura, subiendo hasta los volcanes y a los castillos romanos; de allí seguimos toda la costa, caminando por las playas y la ciudad costera; por último, hacemos un curso enteramente nocturno, caminando desde la medianoche hasta el alba, siguiendo la luna.

En las clases itinerantes se camina de modo bizco, hacia una meta y hacia aquello que distrae de la meta. Es un perderse conscientemente en la base de los conceptos situacionistas de dérive y de psychogéographie, disponiéndose a los incidentes de la ruta, a los secuestros, a la posibilidad de tropezarse y de olvidar la calle deliberadamente. Jugar con lo inesperado es de hecho el único modo de tomar a la ciudad por sorpresa, indirecta, lateral, lúdica, no funcional, de re-encontrarse en territorios inexplorados donde nacen nuevas interrogantes. 

Hay dos reglas para caminar en estos espacios y con el tiempo se convierten en una especie de slogan. El primero es “quien pierde tiempo, gana espacios”: la meta debe ser siempre una hipótesis, un proyecto que ya se puso en discusión en el momento en que se le pronuncia. La exploración no necesita metas, sino tiempo para perder, tiempo no funcional,  lúdico-constructivo. La segunda regla es “no se regresa nunca por el mismo camino”: si hemos entrado por un hueco en la valla y por ahora hemos recorrido ya algunos kilómetros, tener que retroceder sería verdaderamente deprimente. El deber de buscar una vía de salida es un estímulo óptimo para explorar a fondo el territorio, lleva a seguir los caminos que invitan a otros huecos y pone en ese estado de aprensión en el que el miedo y el peligro son medios para aprender.

A diferencia de Geddes, no vamos por ahí con un mandato de planners. Vamos para ver en persona cómo la ciudad se transforma en ausencia de una planificación, para experimentar cómo nuestra presencia puede ser una des-planificación, para inventar puertas y recorridos donde únicamente hay barreras. La capacidad de penetración es uno de los aspectos en los que se evalúa la acción que se está llevando a cabo. Si se es forzado a caminar sobre la acera, el valor es cero. Si se consigue entrar y salir con fluidez entre diferentes espacios, el valor es alto: el territorio es permeable y permite un número mayor de encuentros y conocimiento. El camino no se hace a lo largo de las carreteras asfaltadas sino, en la medida de lo posible, a lo largo de los márgenes entre ciudad y campo, en el barro y entre los matorrales, donde la ciudad se expande y se transforma más rápidamente, donde entra en contacto con lo que queda de la naturaleza.

Aquí la naturaleza adquiere nuevas formas, sobrevive invadiendo las fábricas abandonadas, las viejas casas en ruinas, crece en los campos agrícolas que ya no se siembran cada año porque están en espera de convertirse en palacios. En buena parte se camina en lugares por donde no debemos caminar: si se quiere conocer se debe entrar en espacios donde no hemos sido invitados a entrar, atravesar los campos, saltar por encima de las puertas, encontrar agujeros en las rejas, seguir caminos y pistas dejadas por los que viven ocultos de los ojos de la ciudad.

En estos lugares se entra en contacto por primera vez con personas que viven junto a nosotros, pero de quienes no conocemos nada más que el imaginario de los medios y de nuestros prejuicios. Por lo tanto, se vuelven importantes las capacidades de relacionarse: no dar cabida a lo trivial, hacer que las cosas sucedan, detenerse a charlar sobre temas inesperados, saber cómo aprovechar las situaciones que se crean al azar y convertirlas en acciones poéticas. Componer los comportamientos, construir con atención y poesía aquello que está sucediendo delante de los ojos, hacer atravesar barreras de comportamiento a quien participa de la acción. 

El urbanismo nació itinerante y no podrá ser más que nómada.

 


Este texto se publicó originalmente en el libro La revolución peatonal, editado en 2015 por Editorial El Caminante.