Transformar la ciudad es nuestro derecho

Ciudadanía, David Harvey, Derecho a la ciudad, espacio público

“El derecho a la ciudad es mucho más que la libertad individual de acceder a los recursos urbanos: se trata del derecho a cambiarnos a nosotros mismos, cambiando la ciudad.”

— David Harvey

En México y en general en América Latina, cada vez es más común oír hablar sobre el derecho a la ciudad. Pareciera que el entendimiento de jurisprudencia, contextos legales, políticos y espaciales tienen mucho que decir frente a este derecho. Sin embargo, en el proceso de popularización de este concepto y en el afán de ser parte de la conversación global sobre el tema, su verdadera connotación y principios se han ido perdiendo hasta convertirse –convenientemente– en el simple acceso de los ciudadanos a recursos como el agua, el transporte o la vivienda, o la participación palomeada y pusilánime de la ciudadanía en ciertos procesos de ciudad.

Y es que entender el derecho a la ciudad como el simple derecho a la ciudadanía ha sido el error que en nuestros países recluye a los ciudadanos al simple acceso a los recursos. Esta versión simplista le ha permitido a los gobiernos el cumplimiento superfluo de metas e indicadores de gestión, sin los cuestionamientos del cómo o el porqué; sin definir a detalle metas a largo plazo, mejoramientos colectivos y transformaciones estructurales.

En esta versión del derecho a la ciudad como un mero derecho al acceso ciudadano, la responsabilidad de los gobiernos, curiosamente apoyados en los expertos, se trata sencillamente de brindar acceso aparente a la ciudad y sus servicios; siendo la responsabilidad de los habitantes recibir este acceso como un gratificante favor por parte de quienes ostentan el poder y sostienen el sistema. Es decir, el experto es el medio por el cual el gobierno garantiza el supuesto derecho a la ciudad, al ser éste un sujeto híbrido entre la ciudadanía y el poder. A esta manera de acceso, controlado a través de los ciudadanos expertos, se le conoce como pacificación y representa, también, una manera de cristalización de los procesos verdaderamente comunitarios y ciudadanos al volverlos institucionales y protocolarios.

En resumen, el derecho a la ciudad en nuestros países se ha simplificado y, curiosamente, su verdadero significado se ha intentado pacificar. Pero no hace falta más que retornar a sus orígenes para recuperar su verdadero valor. Para Henri Lefebvre y otros pensadores contemporáneos como David Harvey y Manuel Castells, el derecho a la ciudad no tiene que ver solamente con la ciudadanía o los recursos, sino con la capacidad y oportunidad de todos y cada uno de los habitantes de transformar su entorno, y de crear ciudades que respondan a las necesidades humanas. El derecho a la ciudad, como lo afirma Harvey, “no es simplemente el derecho a lo que ya está en la ciudad, sino el derecho a transformar la ciudad en algo radicalmente distinto”.

Es decir, que un sujeto no sólo debería tener la aparente posibilidad de participar y acceder a los recursos y servicios que un gobierno le quiere otorgar, por su capacidad legal de ser ciudadano, sino que todo habitante de un lugar, debería tener la capacidad real de participar, proponer, preguntar, evaluar, transformar y cambiar, todos los aspectos de la ciudad que habita.

Lo verdaderamente radical consiste en la necesidad de repensar nuestra noción de ciudadanía, extendiendo este valor no sólo al sujeto legalmente mayor de edad, con capacidad de votar y participar en una reunión específica que le permitan acceder a ciertos servicios y recursos. ¿Cómo incluimos en nuestra versión de ciudadano a todo aquél que habita un contexto específico? ¿Dónde han estado hasta ahora los niños, los adultos mayores, y todos aquellos sujetos a quienes la constitución no otorga accesos, derechos, sino garantías?

En el entendimiento actual de la ciudad, el acto de ciudadanía ha sido simplificado al voto y al involucramiento pasivo mediante un sí o un no. Actos disfrazados de participación ciudadana en los se nos permite elegir entre opción A, opción B u opción C. Lo curioso de esta banalización del derecho a la ciudad es que la participación de los ciudadanos está recluida sólo a escoger una de las opciones, y no al de proponer otras (nuevas) maneras de vivir y pensar nuestra vida en la ciudad.

Contrario a la idea de la comunidad es la experta, la perversión del derecho a la ciudad (Marcelo Lopes de Souza) y su puesta en escena como un término de moda, han tenido como consecuencia la corrupción y trivialización del verdadero sentido transformador de una ciudadanía. De ahí, que últimamente exista una suerte de élite que está haciendo ver, parecer y sentir a todas las ciudades como escenarios iguales.

La homogenización de las estrategias de apropiación del espacio y participación comunitaria y la frecuente aparición de las mismas soluciones generadas por los mismos expertos, así como la adaptación de ideas ciudadanas puestas al servicio de las instituciones y reglamentaciones, burocracias, procesos y conductos regulares, no solo cristalizan los procesos comunitarios y limitan lo orgánico de un procesos social, sino que además vuelven a nuestras ciudades repetitivas, aburridas, y homogéneas.

Desde nuestra trinchera y a nuestra propia escala, decidimos hace tiempo hacer un llamado a la acción: reactivar nuestra creatividad para re-imaginar las ciudades que habitamos y ejercer de manera alternativa nuestro legítimo derecho a la ciudad. Para tal fin no ha sido necesario ser un experto –arquitecto, urbanista, ingeniero, diseñador–, ha bastado con ser una persona habitando un lugar e intentar transformarlo de alguna manera. De esta manera han surgido proyectos como #CebrasporlaVida, la #GaleríaBallindamm, la #CalleEjemplar y muchos otros que, con pocos recursos y poco tiempo, han logrado tener un impacto importante en los contextos en los que se implementaron. La invitación sigue abierta, no solo a que se cada uno de ustedes se sume a estos proyectos, sino a que aprovechemos los conocimientos, oportunidades e ideas de nuestros vecinos o de nuestros amigos para transformar el lugar que habitamos, desde nuestra trinchera.

La democratización del derecho a la ciudad y la construcción de un amplio movimiento social que lo haga realidad son imprescindibles si hemos de recuperar el control sobre nuestro entorno. Propongamos nuevos (otros) modos de construcción de ciudad.

“Toda persona tiene el derecho a vivir en un gran lugar; más importante aún, toda persona tiene derecho a contribuir a hacer del lugar en donde vive, un gran lugar.”

— Fred Kent

Este post fue publicado por primera vez el 16 de septiembre de 2015 en el Zoon Peatón de Animal Político bajo el título Cambiar la ciudad es nuestro derecho.