La calle: ¿Es para el movimiento o para la socialización?

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Por Daniel Aguilar Arce

“Siempre que me siento así, tengo ganas de correr. Llega uno a los ciento cincuenta kilómetros por hora y se siente mucho mejor. A veces corro toda la noche y vuelvo a casa, y tú no te has dado cuenta. Es divertido en el campo. Uno atropella conejos, y hasta perros. Saca el coche.”

— Ray Bradbury.

Ejercer a través de la escritura el pensamiento e impulsarlo a la dimensión de lo verdaderamente falso, de lo mentirosamente verdadero, puede ser un don que no nos es dado a todos, sin embargo es un hecho que todos podemos beneficiarnos de ese don si sabemos escucharlo.

La distopía, la antítesis de la utopía concebida por Bradbury, aporta una perspectiva sobre lo que en el siglo XX era ya un tema de discusión entre algunos grupos de pensadores, pero que no sería tema de alguna agenda de gobierno en América sino hasta finales de siglo.

El espacio público cambia lenta y sistemáticamente por efecto de las transformaciones sociales, es decir, de las transformaciones económicas, políticas y culturales de los grupos, así también por el desarrollo tecnológico global que ha llevado al nacimiento de nuevas conductas en lo público (desde el uso del tenedor para tomar los alimentos hasta las mismísimas selfies).

Cuando uno ha vivido toda su vida en la misma casa, en la misma calle, puede recordar ciertas cosas que se han transformado en su entorno; esto es, a las señoras que pasan en grupo para recoger a sus hijos de la primaria, y luego, años más tarde a esos mismos hijos que pasan en grupo, regresando de la secundaria con sus amigos; en un primer momento los niños que iban de paso a sus casas corrían en la calle, subiendo y bajando de la acera, escondiéndose detrás de los autos estacionados o entrando a los locales con esperanza de que les compraran un dulce; luego los adolescentes pasan platicando de las travesuras y ligues del día escolar, se detienen en la tienda para jugar maquinitas o siguen juntos hasta que sus caminos a casa se bifurcan.

Hay una cualidad particular en estos dos grupos de edad, en realidad no les importa el destino, el niño podría estar todo el día escondiéndose detrás de los carros, correteando perros o jugando con otros niños a las escondidas; el adolescente pasaría el día jugando maquinitas o al menos hasta que su bolsillo se lo permitiera, luego se sentaría en algún lugar a platicar y si se encuentra una botella de refresco vacía y aplastada, fácilmente se organizaría el mundial de futbol y los cracks de la cuadra o de la escuela se presentarían para luchar por la copa, mientras sin notarlo, cae la noche.

La calle es el lugar para jugar, para platicar, para socializar, es la primera frontera de nuestra localidad fuera de la vida privada. Y es en la medida en que hacemos patente su uso, que le damos vida al espacio público.

Releyendo estas ideas desde la perspectiva del sociólogo Richard Sennett, podemos decir que independiente de las justificaciones superficiales, el Espacio Público no ha sido suprimido por cuestiones de inseguridad o potencialidad, sino que ha sido diluido en una privatización por y para transporte de capital humano; una tendencia a volver el espacio en un contingente para el movimiento.

Esta idea de espacio para el movimiento resulta materialmente del uso de autos particulares, estos cumplen la tarea de eliminar la posibilidad de que la calle sea un espacio para estar, y la transforman en un espacio para pasar.

Al ser la calle un momento y no un lugar, se asume al individuo como portador de un derecho absoluto de movimiento incontrolado y al automóvil particular como el instrumento lógico para ejercer ese derecho. El efecto, como reafirma Sennett, es la transformación del Espacio Público, particularmente las calles, en espacios insignificantes, debido a la ansiedad de subordinarlas al movimiento libre.

“La eliminación del espacio público viviente está relacionada con la idea de volver al espacio contingente para el movimiento.”

— Richard Sennet. El declive del hombre público

Ese niño que hacía de la calle un lugar de juego se transforma en el hombre que hace de la calle un momento de paso. El automóvil reemplaza el deseo de estar en la calle por un deseo de anular las represiones geográficas.

Sin embargo, esta ansiedad está impresa en nosotros, y puede estar reflejada incluso fuera del automóvil. Pensemos en el uso del transporte público, particularmente del metro; cuando uno transborda entre rutas del metro se pueden llegar a recorrer distancias aparentemente largas y se tiende a tratar de cubrir la distancia en el menor tiempo posible según nuestras capacidades físicas, pero se concibe a éstas como el único límite legítimo, si un anciano ó una pareja  ó cualquiera camina más lento que uno, la ansiedad se presenta y se hacen las maniobras evasivas más elocuentes o a veces descaradas, para tratar de rebasar al obstáculo, el otro se convierte en algo que estorba mi libre movimiento.

La ansiedad por el movimiento provoca a su vez aislamiento social, a nadie le pasa por la cabeza ayudar a la mujer que lucha con sus bolsas de la despensa o al abuelito que trata de subir las escaleras, no hay tiempo para interactuar con tus compañeros de viaje cuando el recorrido es un momento y no un lugar.

La distopía de Bradbury propone el movimiento como terapia ocupacional para la ansiedad, resulta irónico pensar que esa ansiedad es provocada por el conflicto que surge en el individuo al verse auto-absorbido a una vida privada absoluta, sin relación con sus vecinos, sin fiesta, sin juego, sin vida pública.

La propuesta de esta reflexión es optar por darle vida al espacio público no como un momento fuera de nuestra cotidianidad sino como parte de nuestra vida, el espacio público como lugar, los ciudadanos como nuestros vecinos y amigos, y el caminar no solo como movimiento sino como un elemento de socialización.

Daniel estudia el noveno semestre de Sociología en la Universidad Nacional Autónoma de México. Trabaja en una investigación para su universidad en donde aborda temas de espacio público y vida pública. Es un incansable lector y se declara explorador y caminante de la ciudad. Además, es colaborador de dérive LAB donde trabaja en el proyecto de Calles Compartidas.