La Incertidumbre viaja en Metro

Ciudad, Ciudad de México, DF, Metro, méxico, Sistema Colectivo Metro, Transporte Público

Por Eduardo García Barrera

Son diez para las cinco de la tarde en el DF. Soy un pasajero del Sistema de Transporte Colectivo Metro, y voy sorprendido, pues el ambiente que se percibe no es el habitual.

Reflexiono sobre lo que esta vez no veo (no veo el tumulto, ni veo el desorden) y decido entonces sacar pluma y papel: escribir como pasajero, sin subestimar el pequeño criterio que pueda tener como futuro ingeniero.

Todos los habitantes de ésta gran Metrópoli, vivimos y platicamos sobre esto, sobre lo caótico que se ha vuelto transportarse en la ciudad. Vivimos, y platicamos sobre la falta de calidad en el servicio. Es que al parecer, esta ciudad se mueve “como puede”, batalla todas las mañanas y todas las noches. Y la única manera de llegar, es colgarse del tren naranja sin saber qué le depara.

Curiosamente, el vagón en el que viajo ahora se encuentra a un treinta porciento de su ocupación. El punto a todas horas es viajar, como bien lo decimos los habitantes de esta ciudad: “como sardinas”. Así que, soy un afortunado pasajero del Metro. La dirección de máxima demanda es la opuesta a la de mi viaje.

Foto tomada por efrardila  Foto tomada por efrardila

Sin embargo; es probable que esta casualidad sea de todas la más natural o tolerable.

Justo ahora, el vagón se está empezando a ocupar, y los nuevos colegas de viaje me miran mientras escribo.

Siempre que viajo en este tren naranja pienso lo mismo. Es cierto que por momentos la calidad en el servicio del sistema parece mejorar, sin embargo jamás alcanza un punto en donde sea posible dejar de juzgarla y comenzar realmente a beneficiarnos de ella. Y no lo alcanza porque ella siempre está presente, ella que nos deja colgados en el tiempo a montones, colgados de un tubo, o colgados de paciencia. Impera la necesidad de deshacernos de ella.

Sí, ella.

La que leo en los subtítulos de miradas insoportables, de  semblantes cansados.
La que veo en los tubos arropados con manos sudadas de colores infinitos.
La que escucho en la arrogancia, en la angustia y en la violencia del actuar natural del mexicano capitalino.

Los tacones a las 7 AM sintonizando ruidos en Pantitlán, en Observatorio, en San Lázaro, Indios Verdes, en Cuatro Caminos o en cualquier otro punto del inicio de los días de esta urbe también me platican de ella.

En la suciedad y en los malos olores, y en el llanto de los más débiles, o en el pedir de aquellos que se sirven del Sistema para “ganarse la vida”.

¡Es ella!

Tan canija  que en todo lo que hago, la he visto andar. Viene y va. Ella.

Que parece que impera y que actúa como la mano derecha de la autoridad responsable de planear, ejecutar y operar la forma en que nos desplazamos por nuestra ciudad.

En las últimas décadas se ha convertido en la fiel compañera de la autoridad. Siento hacer esto cada vez más personal, pero soy usuario, y ya no puedo seguir sujeto a ella.

Ella, la incertidumbre.

La incertidumbre, principal elemento de los procedimientos para operar el STC Metro; seguro es prima de la corrupción, o mejor amiga de la ignorancia.

Miro a mi derecha a través de la ventana: ¡Y justo ahí está! No hay pantallas con horario alguno. No veo un panel que me indique o que me ayude a hacer más cómodo mi viaje, a hacer mi viaje un verdadero viaje metropolitano. Un tipo de viaje que está sujeto a agendas apretadas de negocios, a despidos por retardos, o a suspensiones de curso por número excesivo de faltas. Un tipo de viaje que dicta la productividad de la ciudad.

Viajes metropolitanos que sostienen su complejidad, otra vez, gracias a ella.

Justo ahora que mi tren ha entrado al subterráneo. Si, justo ahora, el tren en el que viajo va a tener que suspender la marcha por una falla técnica (hecho que es muy frecuente y de lo más normal). No hay información anticipada siquiera. Y por supuesto, pensar en que informarán a los  pasajeros cuánto tiempo durará el retraso ya es estar dentro de la utopía.

Entonces es cuando la incertidumbre nos abraza y nos enloquece y nos violenta. Porque no hay nada ni nadie. Sólo la espera y la temperatura extrema de los cuerpos juntos sin poder voltear.

Como éste, muchos otros ejemplos podrían suceder en mi viaje.

– Tranquilízate, Eduardo. No puedes saber cuánto tardará en reiniciar tu tren-.

Es evidente que en este ejemplo la incertidumbre se resolvería brindando información sobre el servicio en tiempo real y en todas y cada una de las estaciones. Es evidente que ésta es la solución más poderosa para decirle adiós a nuestra magnánima enemiga.

En momentos así, recuerdo las palabras de un profesor en mi clase de Sistemas de Transporte y Calidad en el Servicio: implementar un sistema  que informe sobre los tiempos de las unidades en cualquier servicio de transporte público es muy costoso, precisamente, porque se construye bajo un esquema satelital GPS.

La solución propuesta se desvanece. Porque al parecer, acá no se puede, es muy costoso, y eso no nos gusta; y esas decisiones, no se toman.

Y se desvanece tan bien, que la decisión que el Gobierno de la Ciudad de México ha optado tomar es desarrollar “sistemas” de información como el Centro Informativo de Transporte Inteligente, nombrado citi, que opera actualmente los tiempos de los autobuses del Metrobús pero que, como hemos percibido como usuarios, maneja un margen de error alto pues simplemente es el programa de servicio lo que se transmite en las pantallas que miramos en las estaciones del BRT chilango. Para decirlo coloquialmente, “nos dan gato por liebre”.

Multiplican la crueldad de la Incertidumbre, la hacen más auténtica.

No entiendo en qué momento fue factible pensar que en una ciudad como México los contratiempos a los que están altamente expuestos los sistemas de transporte públicos se alinearían con sus programas de servicio.

Bueno pues ya tenemos el argumento principal por el cual nuestra amiga de las horas pico en el STC Metro, la incertidumbre, existe; oposición a la inversión sumado a soluciones hechas al vapor y de significado aterrador.

He terminado mi viaje dentro del Metro y ya estoy por llegar a mi destino, ahora andando. Y mientras disfruto de mis banquetas con grietas, sigo pensando cómo un Sistema de Transporte Público Masivo de una “metrópoli” puede ser tan cruel con su razón de ser y dejarnos varados en medio de un subterráneo, a veces a oscuras o muchas otras veces sin ventilación. Lo único que no es incertidumbre, es que siempre podemos estar seguros que será imposible saber en qué momento volverá a marchar el metro, y por ende, nuestro día.


Eduardo está cerca a graduarse de su Licenciatura de Ingeniería en Transporte, en el Instituto Politécnico Nacional, y espera especializarse en temas de Movilidad Urbana. Cree firmemente que las políticas públicas son vitales para fortalecer los procesos de desarrollo urbano favoreciendo la distribución técnica y democrática de las ciudades, garantizando bienestar en la vida de todas las personas. Considera que las ciudades con adecuada ingeniería y calidad de vida, son el equilibrio perfecto, que un ser humano necesita.

Eduardo es actualmente colaborador de dérive LAB