A manera de reclamo

Por Eduardo García Barrera

A las ciudades de América Latina las cruzamos mucho pero las vivimos poco. Claro que sí, todos los días las cruzamos, rápido si no hay tráfico, y lento si sí lo hay, pero las cruzamos sin más, sin detenernos a pensar que se nos va la vida por fuera de las ventanas de los carros; y nosotros al parecer, más preocupados por cruzar que por vivir.

Quizás, este es el reto que no hemos aprendido a resolver en América Latina: ¿Cómo vivir una vida mejor, en ciudades llenas de peatones, ciclistas, motoristas y demás, preocupados nada más por cruzar de un lado al otro? Es que tristemente aún no he caminado sobre aceras dignas y valiosas. Muchos opinan y me dicen que es imposible hacer desaparecer las rampas de acceso para coches en las entradas de las casas o los edificios  que deforman la estructura natural de las banquetas. Yo respondo que eso es la simple consecuencia de no aplicar un desarrollo urbano sano y ordenado.

Ya sabemos que el paradigma debe cambiar, que hay que desalentar el uso del coche, que construir más calles es lo que más nos cuesta y lo que menos nos conecta, que hay que cortar con la corrupción que decide (¿cómo, cuándo y dónde?) construir el futuro de las ciudades, que hay que revertir algunas cuestiones del desarrollo (por el bien de la tierra y el de la humanidad en ella), que hay que subirnos a la bici, o al transporte público, o bajarnos a la calle a caminar.

Pero es que el reto nos queda grande, porque nos hace trampa. ¿Cómo vamos a lograr todo esto si no invertimos, como naciones, en la infraestructura necesaria para hacerlo?

Claro que es posible andar sobre aceras rectas y de condiciones buenas: amplias, sin obstáculo alguno, de superficie resistente y no de simple concreto, con la fricción necesaria en la rasante, apta para cualquier estado y ambiente, con pendientes bien diseñadas y amables en las esquinas o al termino, con el inmobiliario urbano adecuado, embellecidas con áreas verdes y elementos artísticos o culturales. Es cuestión de voluntad, de orden, y de tratar a todos los ciudadanos de la misma manera.

La inversión real, y sana, liderada por procesos correctos de desarrollo urbano, pueden ayudar no sólo a mejorar las banquetas, sino el transporte público, los sistemas de bicicletas, el Espacio Público, y hasta las calles que usan los de los carros. El presupuesto tendría que alcanzar para todos, he ahí mi reclamo, y quizás la manera en que podamos enfrentar el reto.

¿Será posible homogenizar la calidad de vida de nuestras ciudades simplemente otorgando acceso universal, espacios seguros, sanos e incluso bellos? o´¿Será que solo lugares como La Condesa puede tener paseos embellecidos mientras que Ermita Zaragoza no?

La clave, está en que los ciudadanos dejemos de cruzar, y empecemos a vivir nuestras ciudades, reconocer su verdadera superficie, y aprender de su compleja totalidad, para hacer decrecer la desigualdad social de nuestras ciudades que tanto las caracteriza y paraliza. Quizás sólo así empecemos a exigir una inversión mejor; una ciudad mejor; una vida mejor.


Eduardo está cerca a graduarse de su Licenciatura de Ingeniería en Transporte, en el Instituto Politécnico Nacional, y espera especializarse en temas de Movilidad Urbana. Cree firmemente, que las políticas públicas son vitales para fortalecer los procesos de desarrollo urbano favoreciendo la distribución técnica y democrática de las ciudades, garantizando bienestar en la vida de todas las personas. Considera que las ciudades con adecuada ingeniería y calidad de vida, son el equilibrio perfecto, que un ser humano necesita.

Eduardo es actualmente colaborador de dérive LAB